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Anécdotas de la Decadencia Caraqueña

Por tercera vez me recreo leyendo a Vicente Ulive-Schnell en unas vacaciones, esta vez lo hice con su primer libro publicado y llevado a formato pdf por él mismo como estrategia de no sé qué. Pero agradezco la acertada recomendación que me hiciera John Manuel Silva de que lo leyera y por su puesto el envío a mi correo del libro en el formato digital.

Son pocos los autores que pueda menciona de los que haya leído más de dos libro, sobre todo cuando se trata de literatura, (a los filósofos, metodólogos y gurus gerenciales los tengo que leer por cuantas veces publiquen, pero eso es por trabajo o estudio; bueno y a las feministas también las repito por gusto). Porque me pasa, que me aburro del discurso, comienzo a comparar lo que leí primero con esto que esto leyendo y comienzo a sentir que los autores se vuelven repetitivo. Pero esa es parte de mi decadencia. No culpen a Vicente, eso me pasó incluso con Umberto Eco, pero tanto de Eco como de Ulive-Schnell me he vuelto fans, y a pesar de encontrar coincidencias entre una novela y otra, siempre estoy pendiente de lo que publican para recrearme un poco. Creo que es lo mismo que la decadencia caraqueña a Vicente, no me gusta pero me entretiene.

Si he dado tantas vueltas, para resumir este libro, es porque no se cómo hacerlo. Trataré de resumir de qué se trata, sin emitir juicios de valor. Porque de la decadencia “Venezolana” (creo que no es solo Caraqueña, pero esto es repetitivo en Vicente, él cree que Caracas es Caracas y que el resto de Venezuela es distinta, eso sería un halago para Venezuela, pero lamentablemente no lo es) no se escapa nadie. Vicente al final se condena de decadente, el más decadente que todos, pero, si miro por el vidrio que nos dibuja con sus palabras al final del libro, una decadente como yo, no puede dar juicios de la decadencia de los demás. Así que me limitaré a decir de lo que se trata sin emitir juicios del verdadero trasfondo de este libro.

La anécdota narra dos días de la vida de un Caraqueño de clase media, podría decirse que aun adolecente (por cuanto todavía está estudiando en la Universidad su primera carrera de pregrado), que pese a sus diferencias de pensamiento y actitud se deja envolver por un sistema podrido de sociedad capitalista-consumista.

Este muchacho, supongo que es el mismo Vicente, aunque no se menciona su nombre por ninguna parte, (los amigos lo llaman loco, otros pana y los padres epa, o hijo), inicia comentando lo estéril que puede ser un domingo en Caracas, a través de un diálogo en solitario, hablando hacia un público que podría ser una persona o muchas. Perece un monologo, en el cual el público está allí sentado, escuchando y riéndose de las anécdotas que por su puesto habla, exclama e interroga, sin esperar respuesta para proseguir su monologo, combinado con algunos diálogos de pocas palabras, con sus amigos, y en dos o tres oportunidades con sus padres. Pero en esos diálogos siempre incorpora su pensamiento de lo dicho por otros o por él mismo, cuando se refiere a lo que él dice, queda claro que lo que piensa no se puede decir en público, porque si lo hiciera el decadente sería él; así que continua macabramente siguiéndole la corriente a la decadencia haciéndoles creer que él forma parte de ella, de la manera que ellos creen. (¿me enrede?) Porque en realidad, no deja de ser parte de la decadencia (imposible estar en este mundo y no formar parte de él), pero, representa más que parte de ella, el dedo en la yaga que exprime la herida.

Pero volviendo al principio, así comienza, describiendo un domingo cualquiera, en el que un muchacho cualquiera no tiene nada que hacer, o por lo menos nada planificado. Pero en vista de su popularidad, no le será posible quedarse en casa, disfrutando de una buena lectura y por su puesto de buena música (Yo no necesitaría más plan, con eso me basta). Pero a un joven de clase media, estudiante universitario y popular, los amigos no le permiten tales aburrimientos, era tan patético el asunto que en su monologo, relata cómo no era posible escuchar una canción de principio a fin, porque siempre sonaba el teléfono y ese día cualquiera, no fue la excepción.

Recibe una llamada con la invitación a un lugar al que no quiere ir, pero por falta de personalidad, resignación, o por no estar plenamente convencido que leer y escuchar música son lo máximo; se lanza a la aventura de manejar un domingo en Caracas. Los minutos que transcurren desde que sale de su casa, hasta que llega a la casa de un amigo para ensayar, parecen eternos, es más, me dio la impresión de que se trataba de un psicópata que lo único que necesita es matar a alguien para comenzar a encontrarle sentido a la vida. Pero en vista de que si comienza a matar a los que él llama decadente, tendría que matar a toda la ciudad y luego suicidarse, por lo que se conforma con decir cuánto quiere matar a tal o a cual.

La resignación está adherida a la vida de este chico, a tal punto que lanza dardos verbales, pero los recoge con cualquier comentario alentador para no lastimar más de lo indicado. Pareciera que quiere que cada quien reflexione sobre su propia existencia, pero cuando se da cuenta de que no hay nada que hacer, lo deja así. Una especie de resignación a dejarlos a seguir siendo felices, en su ignorancia. Por eso, no aceptó la segunda invitación de su amigo para ir al trasnocho (lugar decadente de Caracas que yo no conozco), y luego del ensayo se devuelve a casa a seguir con el disco y con la lectura. Pero el teléfono no se lo permite, esta vez, otro amigo que celebraba su cumpleaños, lo obliga a ir a su casa, y bueno, no le queda más que ir a una decadente fiesta caraqueña de la clase media. Allí, eran decadente todos: la bebida, la música, las mujeres, los hombres (solo por que metió a mujeres y hombres en el mismos saco no voy a reaccionar como una feminista ofendida) el cumpleañero, los padres de éste, el yacusi, las fotos de los viajes a Miami, las conversaciones, las opiniones sobre el miss Venezuela, el maquillaje de la mujer semáforo (boca roja y ojos verdes), los páspalos, en fin, nada se salva de la crítica acida de un joven diferente que le falta resignación y le sobran amistades que no sabe cómo mantener. Que es tan apático como para escuchar radio, pero tan maniaco como para dejar una canción por la mitad y tan paranoico como para quedarse en el carro escuchándola hasta que termine.

Total, que no le queda más que contar lo dura que puede ser la existencia en una ciudad en la que todos creen ser libres, porque no se dan cuenta de lo esclavos que son.

Con el retorno a casa a tratar de escuchar la segunda de Mahler y leer un poco, termina el primer día de los dos que componen la historia, para dar pie al lunes. Al detestable lunes de un universitario noctambulo que odia levantarse temprano, pero que hace un esfuerzo sobre humano, para adecuarse al sistema podrido que detesta y que le exige que estudie una carrera. Tamaña carrera, psicología, la carrera de todos, y de nadie, el deseo reprimido de muchos y el reprimido deseo de otros.

En la universidad la decadencia no termina, los profesores son decadentes, el cafetín es decadente, el estacionamiento con vigilante incluido, la escuela, el pasillo, los estudiantes de las otras escuelas, los compañeros más avanzados en la carrera, los que van al mismo nivel, el horario de entrada inventado por unos suizos que no saben nada de Caracas y que dominan desde el metro hasta la universidad, el horario de salida, los libros que los demás leen, los que no leen, las materias de la carrera, la inexistente relación entre una materia y otra, en fin, todo es decadente.
Pero en medio de todo, la mañana pasa sin novedad, con algunos recuerdos del tercer grado, de lo terco que puede ser un niño cuando no obedece a ciegas y lo resignada de su vida desde la infancia, y con la firme convicción de que la universidad hay que quemarla. Yo diría que al sistema educativo completo (sin los profesores adentro por favor), pero de eso nunca hablo y no lo voy a hacer ahora.

Se macha a su casa contento porque su carro seguía siendo de él, eso quiere decir que no se lo robaron, y luego de describir lo divina que es la vida del estudiante que va a clase y se acuesta a dormir en la tarde, vuelve a sonar el teléfono, con otra invitación que no pudo rechazar. Termina con otro decadente amigo, que además de ser pana, sentía por él una especie de lastima por las intenciones de éste, de pertenecer al grupito con el que había salido el domingo, tal vez por eso o por falta de personalidad (nuevamente) acepta que lo lleva a dar vueltas por las mercedes, soporta que le lanza silbidos a las mujeres, y que luego lo lleve a una discoteca decadente, donde la música, el baño, el sistema de pago, la gente y todo lo que se pueda nombrar, son decadentes. Nuevamente muestra en los diálogos lo vacía de las conversaciones, ridiculiza a la gente y luego recoge lo dicho, (como cuando psicoanaliza a una de las chicas), se aleja de las conversaciones con el pretexto de buscar cervezas o ir al baño, hasta que pasan las horas, insiste en irse y llega a dormir para terminar la anécdota de dos días de la vida de un caraqueño.

Finalmente dice tener pesadillas caraqueñas, que quedan en la imaginación. Tal vez, soñó que lo secuestraron, le llevaron el carro y dejaron desnudo en plena cota mil, pero que lo detienen en Guarenas y lo llevan preso por cualquier cosas de esas que inventa la policía. (lean el libro y verán por qué creo que soñó eso).

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